Los múltiples beneficios asociados a la actividad física suponen una gran ventaja frente al desarrollo de enfermedades crónicas.
La obesidad, la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardiovasculares han
sido ligadas desde hace mucho tiempo a un estilo de vida inactivo marcado por
la falta de movimiento físico, hechos que se evidencian en las últimas cifras
de la Encuesta Nacional de Salud 2016 – 2017 que muestran que el sedentarismo
es cercano a un 90% de la población de nuestro país, lo que no ha cambiado en
los últimos 15 años. En ese sentido, el tiempo de reposo en todas las edades ha
aumentado debido al estilo de vida moderno que se caracteriza por el uso excesivo
del celular, las consolas y otros dispositivos.
La actividad física y la práctica deportiva son medidas preventivas de
bajo costo contra estas y otras patologías y se transforman en hábitos que
favorecen el desarrollo saludable del organismo en todas las
etapas de la vida. Es por eso que incentivarlas en la infancia y
adolescencia es esencial, impulsando el buen desarrollo de los huesos, músculos
y articulaciones y del sistema cardiovascular.
Cuando somos adultos, hacer ejercicio mejora la capacidad
cardiorrespiratoria y muscular, además de prevenir la pérdida ósea, disminuyendo
el riesgo de caídas y fracturas. A la vez, reduce la posibilidad de un
accidente cerebrovascular, sufrir deterioro cognitivo y loes efectos de la
glucosa en la sangre, como la diabetes. También es un factor que incide en la
disminución de los estados depresivos debido a la liberación de
endorfinas, hormonas relacionadas con la sensación de bienestar.
Según la etapa de vida se recomiendan diversos tipos de actividad
física, como 60 minutos de ejercicio moderado o intenso al día para niños y
adolescentes, y 150 minutos de actividad moderada semanales en el caso de adultos
y tercera edad. Algunos ejemplos de actividad física moderada son caminar,
andar en bicicleta, nadar o bailar.