Cifras globales de Unicef indican que 1 de cada 7 adolescentes entre los 10 y 19 años sufre un trastorno mental en el mundo.
Actualmente, uno de cada 3 o 4
jóvenes en Chile presenta un problema de salud mental asociado a síntomas
ansiosos, depresivos y de estrés, lo que genera un aumento del consumo de
alcohol y otras sustancias. Aun cuando los trastornos depresivos se
presentan a lo largo de toda la vida, durante los últimos años los
especialistas alertan de un aumento en las consultas de salud mental en menores
de 15 años y las cifras disponibles hablan de un suicidio consumado al día.
Estos números probablemente sean mucho mayores debido a la falta de
notificación de casos y porque un número no menor de personas no acceden a una
consulta en salud mental, ya sea por falta de información, temor a la
estigmatización o desconocimiento de los tratamientos.
La principal alerta en niñas,
niños y adolescentes que amerita una consulta con profesionales de la salud
mental es cualquier cambio de ánimo persistente o cambios emocionales
significativos que permanezcan por más de 2 semanas, teniendo especial cuidado
en no calificarlos como propios de su etapa de vida. La depresión no solo puede
evidenciarse en la falta de ánimo o la tristeza, también puede revelarse a
través de un comportamiento eufórico o excesiva irritabilidad, entre muchas
otras señales. La observación atenta, cariñosa y sin juicios permitirá a la
familia detectar cambios que muchas veces los niños y jóvenes pretenden
activamente ocultar.
El esfuerzo por establecer
medidas preventivas no garantiza que un adolescente no se deprima, pero hay
varias prácticas importantes para desarrollar cuando las y los niños son
pequeños que nos permitirán contribuir a disminuir los riesgos, como cuidar los
hábitos de sueño, fomentar el ejercicio, comer en familia, pasar tiempo en la
naturaleza y fuera de las pantallas, entre otras. Como adultos responsables es
importante que entreguemos el espacio necesario y seguro para poder hablar y
escuchar los problemas e inquietudes de niños y jóvenes, normalizando que hay
días buenos y malos y que pedir ayuda es lo más beneficioso para entender el
propio desarrollo emocional y social.
La principal medida que la
familia debe asegurar frente a un cuadro de salud mental es ponerse en manos de
un profesional, pues estamos frente a una enfermedad que requiere observación,
diagnóstico y tratamiento específico según cada caso. Un manejo incorrecto de
la sintomatología podría agudizar el cuadro y generar efectos segundarios de
mayor gravedad.